Jesús y el lavado de los pies según las costumbres de Medio Oriente
Автор: Conociendo el contexto Cultural en las escritura
Загружено: 2020-11-04
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Jesús y el lavado de los pies según las costumbres de Medio Oriente
Marco Antonio Ll.mayo 06, 2020
El relato de Jesús lavando los pies de los discípulos ha sido objeto de muchas interpretaciones. Sin embargo, una explicación menos conocida que permite entender el significado de esta historia se encuentra en el contexto cultural de Medio Oriente en la época de Cristo. Según esta interpretación, Jesús habría lavado los pies de los discípulos ¡como símbolo de hospitalidad y bienvenida a la casa de su Padre! La Biblia dice:
“se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido.” (Juan 13:4-5)
La práctica de la hospitalidad siempre ha sido parte importante de la cultura del Medio Oriente. Una persona tenía la responsabilidad de recibir y atender a un visitante cuando se acercaba a su casa. La hospitalidad era necesaria en los pueblos nómadas, pues no había hoteles en el desierto, y en muchas ocasiones, no habían posadas disponibles. Como parte de la cultura, el objetivo de la hospitalidad era convertir a un extraño (un potencial enemigo) en un amigo. Entonces el anfitrión debía ofrecerle a su invitado la oportunidad de descansar, refrescarse y comer en su casa ("John", Jo-Ann A. Brant).
Hoy, cuando se recibe una visita en un hogar, se le invita a sentarse, tomar un refresco, o colgar su abrigo como cortesía. Pero en la antigüedad, uno de los primeros gestos de hospitalidad era ofrecer agua para lavar los pies. En aquella época se usaban sandalias, por lo que los pies se ensuciaban en las calles polvorientas del desierto. Por ello, la manera más común de recibir a un invitado era ofreciéndole agua para que lavara sus pies. En una ocasión, Jesús fue invitado a la casa de Simón el fariseo, y se quejó por esta falta de hospitalidad: “Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies” (Lucas 7:44).
El lavado de pies, como gesto de hospitalidad, tiene una larga tradición en el Antiguo Testamento. En una oportunidad, Abraham salió al encuentro de tres visitantes celestiales y les dijo: “te ruego que no pases de tu siervo. Que se te traiga un poco de agua, y lavad vuestros pies” (Génesis 18:3-4). Más tarde, Labán mostró hospitalidad con el siervo de Abraham al darle “agua para lavar los pies de él, y los pies de los hombres que con él venían” (Génesis 24:32). Los hermanos de José fueron recibidos por un varón en Egipto que “les dio agua, y lavaron sus pies” (Génesis 43:24).
En un hogar promedio, el anfitrión ponía un recipiente con agua para que los propios invitados se lavaran. En cambio, si el anfitrión era una persona acomodada, tenía esclavos para hacer ese trabajo. Lavar los pies de otro se consideraba una tarea de siervos. En otros casos, también era realizado por la esposa del anfitrión (Encyclopaedia Britannica). Por ejemplo, cuando Abigail aceptó la propuesta de matrimonio de David, también se ofreció como “una sierva para lavar los pies de los siervos” de David (1 Samuel 25:41).
Recipiente para lavar pies en tiempos bíblicos, Museo de Israel
Las primeras fuentes judías indican que el lavado de pies se extendió ampliamente en la época del Nuevo Testamento en el siglo I d.C. como un gesto de hospitalidad. Así por ejemplo, el apóstol Pablo destaca una viuda de buen testimonio “si ha practicado la hospitalidad; si ha lavado los pies de los santos” (1 Timoteo 5:10). La hospitalidad, por lo tanto, se siguió practicando de la misma manera que se hacía desde la época de los patriarcas. Entonces, cuando Jesús se levantó de la cena y comenzó a lavar los pies de sus discípulos, lo hace con el mismo sentido que ha tenido en la tradición de Israel durante siglos. Jesús lava los pies a sus discípulos ¡para darles la bienvenida a su casa!
Pero si este era un gesto de bienvenida a su casa, debemos preguntarnos, ¿cuál casa? Sabemos que Jesús no tenía una casa. Incluso, en una oportunidad Jesús les dijo a sus discípulos que “las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza” (Lucas 9:58). Si Jesús hubiera tenido una casa terrenal, hubiera seguido la costumbre de lavar los pies antes de comer. Sin embargo, lo hizo durante la comida (Juan 13:2). Debemos entender, por tanto, que el gesto de hospitalidad de Jesús no era una bienvenida a una casa tradicional, sino ¡una bienvenida a la casa de su Padre en el cielo! Más tarde, Jesús les hablaría de esta nueva casa: “en la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (Juan 14:2) (es.scribd.com/document/363660183)
Sin embargo, Pedro rechaza participar y le responde a Jesús: “no
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