Todas las tumbas llevan mi apellido... | Dark Country en Español

Árbol de Cruces es una pieza fundamental de música dark country que narra la decisión de un hombre de romper una maldición de sangre. En lugar de ejecutar la venganza esperada, el protagonista elige enterrar el rencor junto a su escopeta, aportando una profundidad narrativa única a la música dark country actual. Suscríbete a Almas Perdidas Country para descubrir la mejor colección de música dark country y unirte a la leyenda.

Lírica: Árbol de Cruces

En la loma del pueblo hay un árbol de cruces,
todas llevan mi apellido oxidado por la lluvia.
Mi abuelo en la primera, mi padre un poco más arriba,
yo sentado en la tierra, bebiendo de la misma culpa.

La escopeta de mi viejo aún huele a despedida,
la bala que lo tumbó nunca apareció en la misa.
En la foto amarillenta me mira sin perdonarme,
como si desde la tumba me mandara terminarle el viaje.

Y yo juré, con la botella en la mano,
que nadie iba a pisar mi sangre y salir caminando.

Pero la sangre no se lava con sangre,
solo mancha otra tumba y otro traje.
Cada disparo escribe un nombre nuevo
en el árbol de cruces que sostiene mi cielo.
Si la venganza fuera medicina,
no habría tantas lápidas en la colina.
La sangre no se borra, solo enseña
que el apellido duele más que la condena.

Lo encontré en una barra al final de la nacional,
las manos llenas de años, los ojos cargados de sal.
No sabía quién era yo, pero conocía mi cara,
“tienes los mismos demonios que tu padre cuando disparaba”.

Tembló el vaso de whisky, tembló también mi piedad,
quise apuntarle al pecho y disparar en su verdad.
Pero al verme en el reflejo de la mira y del cristal,
solo vi a otro hombre viejo repitiendo el mismo final.

Y comprendí, con el gatillo apretado,
que si tiraba esa bala me mataba por los dos lados.

Porque la sangre no se lava con sangre,
solo mancha otra tumba y otro traje.
Cada disparo escribe un nombre nuevo
en el árbol de cruces que sostiene mi cielo.
Si la venganza fuera medicina,
no habría tantas lápidas en la colina.
La sangre no se borra, solo enseña
que el apellido duele más que la condena.

Volví de madrugada al cementerio del cerro,
el lobo blanco me seguía guardando el silencio.
Le hablé a mi padre: “Viejo, rompí la tradición,
prefiero cargar la culpa que seguir tu maldición.”

Clavé la escopeta al lado de su nombre,
como una cruz torcida que ya no dispara a nadie.
Si un día tengo un hijo y pregunta por el rencor,
le diré: “La verdadera guerra la ganó el que no tiró.”

Porque la sangre no se lava con sangre,
solo mancha otra tumba y otro traje.
Cada disparo escribe un nombre nuevo
en el árbol de cruces que sostiene mi cielo.
Si la venganza cura alguna herida,
¿por qué el camposanto nunca se vacía?
La sangre no se borra, solo enseña
que romper el círculo también deja su leyenda.