Reflexiones de peliculas inolvidables

Hay una escena extraordinaria en la mitad más o menos exacta de Rocky III (Sylvester Stallone, 1983), rodada junto a la playa en una suerte de torpe plano-contraplano en la que, por primera vez en toda la saga, Adrian habla.

El caso es que esta pequeña escena de Rocky III, es una pequeña gema, porque introduce el inmenso poder de la palabra de esa mujer.

De hecho, todo ese silencio sufriente de las dos primeras entregas se resquebraja en apenas tres minutos de metraje: ella es la única que algo sabe de la verdad sobre su marido, la única que algo tiene que decir sobre sus límites o sus posibilidades, la única que está dispuesta a ver sin sentir vergüenza cómo le vuelve a caer una somanta monumental si salen mal las cuentas de la Historia.

Adrian, junto al mar, le cierra la boca a Rocky –y por extensión, a nosotros-, con apenas una veintena de frases majestuosas, implacables, frases que son el equivalente lingüístico de la danza de Apollo Creed o de los golpes directos de Clubber Lang.

La palabra de Adrian danza/golpea con dos puños bien conocidos por todos: la verdad y el miedo, dos grandes territorios textuales, emocionales.

La verdad y el miedo son, al fin y a la postre, los motores que vertebran cualquier pensamiento y que deberían, además, invitarnos a reflexionar sobre la humildad de las cosas que pensamos y escribimos. 

Esa es la verdad, y una vez enunciada, desaparece el miedo.

Aaron Rodríguez

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