Renacida, cuando llegaron las noticias de su muerte, me casé decididamente con el comandante...

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Historia 1: Cuando llegó la noticia de que mi esposo había muerto en combate, todos esperaban ver el espectáculo de mí —la viuda enamorada y desconsolada.
Después de todo, por amor a él, durante seis años cuidé a su madre paralítica como a un perro, sin estatus ni nombre, hasta el día de su muerte.
Pero al segundo día después del funeral, me quité el luto y me casé con el comandante del regimiento visitante que había regresado al pueblo.
Nadie sabía que había renacido.

En mi vida anterior, mi cuñada y su hijo fueron llevados a una vida de comodidad; mi hijo y yo fuimos humillados en el pueblo hasta que, desesperados, fuimos a la ciudad a pedir ayuda a mi tío.
Pero lo que vi fue al hombre que todos decían que había muerto hacía cinco años —mi esposo— abrazando a mi cuñada y jugando con su hijo.
Resultó que el hombre que había muerto en el campo de batalla era mi tío. Mi esposo se apropió de sus méritos y se llevó a mi cuñada.
Enfurecido porque aparecimos de repente, nos vendió a las montañas profundas; mi hijo y yo fuimos torturados hasta la muerte.

En esta vida, hice que mi hijo llamara “padre” a otro hombre sin dudarlo.
Cinco años después, en el velorio del viejo comandante, me encontré con mi exesposo y mi cuñada, que habían venido a presentar sus respetos.

Historia 2: Ethan huyó de la boda. Hizo un gran escándalo al interceptar a Yolanda antes de que su avión despegara, impidiéndole abordar.
Yo, que también estaba a punto de escapar de la boda, me quedé helada y decidí no huir. Me di la vuelta y llamé a mi amigo de la infancia:
—El novio se fugó. Necesito que alguien ocupe su lugar.
—No juego a fingir.
Le prometí que hablaba en serio, del tipo de seriedad que termina con un certificado de matrimonio.
En menos de media hora, mi amigo de la infancia llegó, la boda siguió como estaba planeada, y un anillo de diamante del tamaño de un huevo de paloma brilló en todo el salón.

Esa noche, Ethan apareció en mi puerta, con el rostro sombrío:
—¿No te dije que me esperaras? Jamie, tú...
Pero fue mi esposo quien abrió la puerta.
—Baja la voz. Mi esposa está dormida. No se siente muy bien.