Un cuento sobre el hambre: Hansel y Gretel
Автор: Eranesa TV
Загружено: 2025-11-25
Просмотров: 166
Qué tan hambriento tendrías que estar… para abandonar a tus hijos en el bosque?
De esa misma desesperación nació uno de los relatos más crueles jamás contados: Hansel y Gretel.
Érase una vez, dos hermanitos.
Vivían con su padre y su madrastra en una casita pobre, cerca del bosque.
Un día, los padres —sin comida ni esperanza— decidieron abandonarlos.
Los niños, perdidos, encontraron una casa hecha de dulces, donde una bruja los atrapó para comérselos.
Pero fueron más astutos que ella: la engañaron, y escaparon con un cofre de oro.
Al volver a casa, el padre los abrazó con lágrimas de felicidad, y todos vivieron felices para siempre.
Pero eso no fue lo que ocurrió.
Europa, año 1315.
Las lluvias destruyen los cultivos, el trigo se pudre, los animales mueren.
El hambre llega para quedarse.
Durante tres años, la Gran Hambruna arrasa aldeas enteras.
No hay pan, no hay caridad, no hay esperanza.
Y cuando los niños lloran de hambre… algunos padres los miran en silencio.
Al amanecer, los llevan al bosque.
No para cortar leña, sino para **dejarlos allí**.
Para que la naturaleza haga lo que ellos no pueden.
La noche era fría, y la pobreza pesaba más que el aire.
Dentro de una choza perdida al borde del bosque, un hombre y su esposa discutían a oscuras.
La leña escaseaba, el pan se había terminado hacía días, y el hambre les estaba arrancando la cordura.
—No tenemos nada más —dijo ella, con los ojos hundidos—. Si los niños se van, al menos nosotros podremos sobrevivir.
El padre calló. Sabía que lo que su esposa proponía era inhumano… pero el hambre ya no dejaba lugar para el amor.
Esa noche, Hansel escuchó cada palabra. Apretó los dientes, tomó la mano de Gretel y le prometió que volverían a casa. Antes del amanecer, salió en silencio y recogió pequeñas piedras blancas. Las guardó en su bolsillo, como si guardara esperanza.
A la mañana siguiente, los padres los llevaron al bosque. Les dijeron que iban a cortar leña. Pero cuando los niños se quedaron dormidos junto al fuego, los adultos desaparecieron entre los árboles. Al despertar, estaban solos. Hansel los guió de vuelta siguiendo el rastro de piedras, y milagrosamente, regresaron a casa.
El padre lloró al verlos, pero la hambruna no terminó. Y pocos días después, la historia volvió a repetirse.
Esta vez, Hansel no encontró piedras. Tomó un pedazo de pan y fue dejando migas en el camino. Pero el bosque estaba lleno de pájaros hambrientos. Cuando quisieron volver, el rastro había desaparecido. Las ramas se cerraron sobre ellos como dientes, y el silencio del bosque fue su única respuesta.
Caminaban sin rumbo, con los labios agrietados y el estómago vacío. Hasta que un olor dulce, casi imposible, se filtró entre los árboles. Un aroma a pan, miel y canela. Lo siguieron, tambaleantes, y lo encontraron: una casa construida de dulces. Galletas, chocolate, azúcar. Un paraíso en medio del hambre.
Hansel arrancó un pedazo de techo y lo mordió. Gretel rompió una ventana de caramelo. Y entonces, la puerta se abrió lentamente.
En el umbral apareció una anciana encorvada, de sonrisa amable y ojos turbios.
—Pobrecitos —dijo con voz temblorosa—. Entren, coman todo lo que quieran. Aquí nadie pasa hambre.
Esa noche durmieron sobre camas suaves, con el estómago lleno. Pero al amanecer, Gretel despertó con un grito: Hansel estaba encerrado tras una jaula de hierro. La vieja reía.
—Te engordaré, niño mío. Cuando estés listo… te comeré.
Desde ese día, Gretel fue su esclava. Cocinaba para Hansel, lo alimentaba bajo la mirada ansiosa de la bruja. El niño fingía comer más de lo que podía, escondiendo los huesos para engañarla.
Pasaron los días. El bosque parecía más oscuro, y el olor a carne asada rondaba la choza. Hasta que la vieja, impaciente, decidió que era hora del festín.
—Revisa el horno, niña —le ordenó—. Mira si ya está lo bastante caliente.
Gretel fingió no entender.
—No sé cómo hacerlo —dijo—. Enséñame.
La anciana se inclinó para mostrarle. Y en ese instante, Gretel empujó con todas sus fuerzas. El cuerpo de la bruja cayó dentro del horno y las llamas se alzaron rugiendo. El olor dulce de los dulces se mezcló con otro, más amargo… el de la carne quemada.
La niña se quedó quieta. Escuchó los gritos apagarse. Luego abrió la jaula de Hansel. No lloraron. No se abrazaron. Solo salieron de aquella casa maldita con la mirada vacía y las manos manchadas de ceniza.
Dentro, encontraron cofres de oro y piedras preciosas. Pero no brillaban como el tesoro de un cuento. Eran trofeos de los niños anteriores, aquellos que nunca habían escapado.
Hansel y Gretel caminaron durante días hasta encontrar el camino de regreso. Cuando llegaron, su madre había muerto. El padre los abrazó con un llanto que ya no era humano: mezcla de alivio, vergüenza y horror.
El cuento que hoy se cuenta termina ahí, con risas y perdón. Pero la versión antigua terminaba en silencio. Un silencio pesado, como el de una tumba.
Доступные форматы для скачивания:
Скачать видео mp4
-
Информация по загрузке: