Batería recuperada

Una batería de coche jamás debe terminar en el mar porque es, en esencia, un contenedor de veneno. En su interior guarda plomo, un metal pesado que no desaparece con el tiempo, y ácido sulfúrico, capaz de quemar y corroer casi todo lo que toca. Cuando una batería se hunde en el agua salada, estos materiales comienzan a escapar lentamente, impregnando el entorno marino con toxinas que envenenan peces, plantas y microorganismos, y que luego se van acumulando a lo largo de toda la cadena alimentaria.
La contaminación que provoca no es momentánea: puede permanecer durante décadas, alterando el pH del agua, dañando corales y arruinando espacios donde muchas especies se reproducen y se alimentan. Y al final, ese daño regresa a nosotros, porque lo que afecta al mar termina afectando también a quienes dependen de él, incluso a través del consumo de pescado contaminado.
Además, deshacerse así de una batería no solo es irresponsable, sino también ilegal. Las leyes ambientales de la mayoría de los países consideran estos aparatos como residuos peligrosos, y arrojarlos al mar puede acarrear sanciones importantes. En pocas palabras: tirar una batería al mar es herir un ecosistema entero y, de paso, herirnos a nosotros mismos. Blue Oceans y León Marino Dive Center, comprometidos con el cuidado del ecosistema marino.