Agárrate Fuerte… Va a Moverse”—Dijo el Ranchero… Y la Apache Gritó al Ver Lo Que Se Levantaba

Nadie en el territorio de Montana había visto nada igual. El toro era monstruoso: más de dos mil libras de músculo puro, cuernos que se extendían casi seis pies de punta a punta, y temperamento que había matado a dos hombres y herido a cinco más.Lo llamaban Diablo Negro. Y con buena razón.El rancho Thornton lo había comprado de México por precio obsceno, pensando domarlo para cría. Pero Diablo Negro no se dejaba domar. No se dejaba montar. No se dejaba siquiera acercar sin intentar matar a quien fuera lo suficientemente tonto para intentarlo.Durante seis meses, había estado encerrado en corral especial, construido con madera triple y reforzado con hierro. Costaba fortuna alimentarlo. Pero nadie se atrevía a liberarlo o sacrificarlo.Hasta que llegó la apuesta.Buck Thornton, dueño del rancho y hombre con más orgullo que sentido común, había apostado cinco mil dólares (fortuna en esos tiempos) que podía encontrar hombre capaz de montar a Diablo Negro durante ocho segundos.Diez hombres habían intentado. Diez hombres habían fallado. Tres terminaron con huesos rotos. Dos con conmociones. Y todos con orgullo destrozado.El decimoprimer hombre en llegar era diferente.Se llamaba Cade Blackwood. Tenía treinta y dos años, seis pies cuatro pulgadas de altura, y reputación como mejor domador de caballos salvajes en cinco estados. Pero esto no era caballo. Era toro. Y no cualquier toro.—Estás loco —dijo Buck cuando Cade se presentó—. Ese animal es demonio con piel.—He montado peores —respondió Cade con confianza tranquila que hacía que hombres le creyeran o lo odiaran.—No, no lo has hecho. Créeme.—Entonces será primera vez para todo.Buck estudió al hombre frente a él. Alto, musculoso, con manos grandes que mostraban años de trabajo duro. Ojos color whisky que no mostraban miedo. Solo determinación.—Cinco mil si lo montas ocho segundos. Pero firmas documento liberándome de responsabilidad si te mata.—Firmaré.