Renacida, lo empujé hacia mi hermana, me volví hacia mi primo en busca de apoyo y me concentré en...

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Historia 1:
Para agradecer a los dos discípulos budistas que salvaron a mi padre del incendio, se ofrecieron voluntariamente a servir como guardaespaldas para mi hermana y para mí.
El más joven y fornido eligió inmediatamente a mi hermana.
Yo no soporté ver al otro—marcado por cicatrices, mutilado y con un solo brazo—quedar abandonado en las calles, así que lo mantuve a mi lado.

Cada noche era atormentado por pesadillas del fuego.
Yo le limpiaba el sudor y le cantaba suavemente hasta que volviera a dormir.
Para ayudar a que le reimplantaran el brazo, viajé por varios países en busca de los mejores cirujanos y permanecí despierta durante cada operación.
Él nunca me hablaba—solo asentía en silencio.

Como ya no podía luchar con un solo brazo, comencé a entrenar artes marciales yo misma, rogándole a mi padre que no lo despidiera.
En varios secuestros, fui yo quien lo protegió, mientras él solo podía apretar su miembro mutilado y dar un paso atrás en silencio.
Pensé que simplemente estaba atrapado en las sombras de aquel incendio.
Que, si me quedaba a su lado con paciencia, un día abriría su corazón.

Hasta que llegó aquel día en el crucero—cuando las llamas devoraron todo una vez más.
Él aferró la cuerda entre mis manos, y su voz ronca rompió el caos:
“Perdón. Pero Zoe necesita esto más.”

Mientras me hundía bajo las olas, él me observó con una mirada indescifrable.
“Esta deuda,” murmuró, “la pagaré en la próxima vida.”

Así descubrí que… solo era despiadado conmigo.
Y cuando abrí los ojos de nuevo, había regresado a la noche en que elegíamos a nuestros guardaespaldas.

Historia 2:
Después de renacer, de pronto ya no quise casarme con Kael.
Fingí estar enferma y no acompañé a mi hermana al palacio, evitando así el matrimonio arreglado por la reina.

Luego, quemé personalmente cada uno de los cuadros que había pintado para él a lo largo de los años.
En mi vida pasada, me casé con Kael como su consorte, acompañándolo durante los diez años más difíciles.
Pero morí de enfermedad el día antes de su ascenso al trono.

Él me otorgó póstumamente el título de Emperatriz virtuosa y noble, restaurando mi tumba.
El mundo alabó su profundo afecto, pero solo yo sabía que, en esos diez años… jamás había estado en su corazón.