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Crítica del análisis para las lecturas de la misa de este viernes 5 de diciembre de 2025. El bisturí académico se afila para separar dos figuras que a menudo se confunden en la devoción popular, pero que la exégesis científica distingue rigurosamente: el Jesús Histórico (el campesino judío de Galilea del siglo I) y el Cristo de la Fe (la construcción teológica elaborada décadas después por evangelistas como Mateo).
Al abordar los textos de Isaías 29:17-24, el Salmo 27 y Mateo 9:27-31, nos adentramos en el laboratorio teológico del cristianismo primitivo. Aquí podemos observar cómo la memoria de un predicador itinerante y sanador popular (el Jesús de la historia) fue revestida, capa por capa, con los atributos regios y divinos de la profecía hebrea para dar forma al Jesucristo del dogma (el Cristo de la teología).
Para entender la base sobre la que operó el Jesús Histórico, debemos mirar primero a Isaías. El texto profético sobre el Líbano convirtiéndose en vergel y los ciegos recuperando la vista no era, originalmente, una predicción sobre un individuo divino que llegaría siglos después. En su contexto vital del siglo VIII a.C., este era un programa de restauración social y política para Israel. La "ceguera" y la "sordera" eran metáforas de la obstinación de un pueblo que había ignorado la Ley de Yahvé.
El Jesús Histórico, un judío profundamente arraigado en esta tradición profética, probablemente entendió su propia misión no como la fundación de una nueva religión, sino como la activación de esta "Era del Vergel". Cuando el Jesús de carne y hueso recorría Galilea, su mensaje central era el "Reino de Dios". Él se veía a sí mismo como el agente escatológico encargado de iniciar esa inversión social donde los pobres (los *ani*) se alegrarían y los tiranos serían borrados, tal como lo exige Isaías. Sin embargo, hay una distancia enorme entre este profeta del Reino y la figura que Mateo nos presenta en el evangelio de hoy.
El Salmo 27 actúa como el puente emocional entre estas dos realidades. Es muy probable que el Jesús Histórico rezara este texto ("El Señor es mi luz y mi salvación") aplicando la "Luz" a Yahvé, su Padre. Sin embargo, la teología cristiana posterior realizó una apropiación hermenéutica radical: dejó de leer el salmo con Jesús para empezar a leerlo hacia Jesús, identificando a Cristo mismo como esa Luz y Salvación que reemplaza al Templo.
Pero es en el Evangelio de Mateo 9:27-31 donde la tensión entre historia y teología alcanza su punto crítico. Analicemos la escena con rigor forense. Dos ciegos siguen a Jesús gritando: "¡Ten compasión de nosotros, Hijo de David!". Desde el punto de vista de la crítica histórica, es altamente improbable que esto ocurriera tal como se narra. En la Palestina ocupada por Roma, gritar "Hijo de David" en la vía pública era un acto de sedición, una invitación a la revuelta militar, ya que evocaba a un rey guerrero que expulsaría a los imperios paganos. Si el Jesús Histórico hubiera aceptado públicamente este título al inicio de su ministerio, su ejecución por parte de las autoridades romanas (o de Herodes Antipas) habría sido inmediata, mucho antes de llegar a Jerusalén.
Lo que vemos aquí es una redacción teológica posterior. Mateo, escribiendo después del año 70 d.C., necesita desesperadamente conectar a Jesús con la línea real para legitimar su mesianismo ante una audiencia judía escéptica. El evangelista pone en boca de los ciegos una confesión de fe cristiana post-pascual (*Hijo de David*) que difícilmente se habría formulado con tal claridad dogmática en los caminos polvorientos de la Galilea rural.
El proceso de "teologización" continúa cuando Jesús entra en "la casa". Históricamente, Jesús sanaba en caminos, sinagogas y plazas. Pero para Mateo, "la casa" se convierte en un símbolo de la Ekklesía (la Iglesia primitiva). El milagro se retira del ojo público para convertirse en una catequesis litúrgica.
Además, la forma de la curación en Mateo es sospechosamente limpia y verbal: "Se les abrieron los ojos". Si comparamos esto con relatos más primitivos (como Marcos 8:22, donde Jesús usa saliva y pone las manos dos veces sobre un ciego), vemos que Mateo ha "sanitizado" el recuerdo histórico.
Finalmente, el "Secreto Mesiánico" ("Mirad que nadie lo sepa") recibe una nueva lectura bajo esta luz. Históricamente, es plausible que Jesús pidiera silencio para evitar ser confundido con un líder revolucionario violento. Pero teológicamente, Mateo utiliza este silencio para explicar una realidad incómoda para la iglesia primitiva: ¿por qué la mayoría de Israel no aceptó a Jesús? La respuesta teológica es que su identidad estaba velada, revelada solo a los "pequeños" dentro de la "casa", mientras que fuera, la incomprensión reinaba.
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