La historia de un hombre abandonado en medio de sus ruinas y la oración que lo levantó

El aire de la mañana olía a café y a una rutina que ya no existía. Para Javier, cada amanecer era un recordatorio de lo que había perdido. El sol se filtraba por las persianas de la sala, dibujando rayas de luz sobre cajas de cartón a medio llenar y muebles cubiertos con sábanas blancas, como fantasmas de una vida pasada. Hacía seis meses, esa misma luz iluminaba un hogar vibrante, lleno de las risas de sus hijos, el perfume de las tostadas que preparaba Laura, su esposa, y el murmullo constante de sus propios sueños tomando forma.
Javier había sido un hombre hecho a sí mismo. Su pequeña empresa de construcción, "Construcciones Solano", no era una multinacional, pero era suya. La había levantado con el sudor de su frente y el polvo en sus manos. Era su orgullo, el motor que impulsaba la vida cómoda de su familia: la casa con un pequeño jardín, las vacaciones de verano, las clases de fútbol para Mateo y las de ballet para Sofía. Se sentía invencible, el pilar sobre el que todo descansaba.
La catástrofe no llegó como un trueno, sino como una llovizna persistente que fue calando hasta los cimientos. Empezó con un cliente importante que se declaró en bancarrota, dejando una deuda impagable. Luego, una inversión que prometía ser el gran salto se convirtió en un pozo sin fondo. Las deudas comenzaron a acumularse como nubes de tormenta en el horizonte. Al principio, Javier lo mantuvo en secreto. "Es solo un bache", le decía a Laura, forzando una sonrisa que no le llegaba a los ojos. "Lo solucionaré. Siempre lo hago".