"¡NO ERES SALVAVIDAS!" GRITÓ LA MULTITUD... ELLA RESCATÓ AL DISCAPACITADO QUE CAYÓ A LA PISCINA

Hotel Grand Coral en Playa del Carmen. Tarde perfecta de marzo. Piscina infinity con vista al Caribe brillando bajo sol mexicano. Huéspedes disfrutando lujo que cinco estrellas prometen.
Entonces desastre golpeó sin advertencia.
Mateo Salazar, empresario de treinta y siete años cuya paraplejia de década lo confinaba a silla motorizada, navegaba terraza hacia área sombreada cuando rueda delantera golpeó irregularidad en mosaico mojado. Silla volcó violentamente, lanzándolo directo a piscina profunda.
Agua tragó hombre sin capacidad de nadar — piernas paralizadas, brazos luchando contra peso de ropa empapada, pánico absoluto robando respiración que quedaba. Silla motorizada hundió inmediatamente, metal y baterías arrastrando hacia fondo.
Salvador oficial de piscina había abandonado puesto cinco minutos antes para emergencia en baño. Huéspedes gritaban horrorizados pero ninguno reaccionaba — shock paralizando acción.
Entonces apareció ella: Paloma Reyes, mesera de veintiséis años trabajando turno doble para pagar universidad, quien pasaba veranos como salvavidas en playas de Cancún. Sin pensar, sin dudar, tiró bandeja de bebidas y corrió hacia piscina.
—¡No eres salvavidas! ¡Protocolo lo prohíbe! — Gerente gritó orden desesperada.
Paloma ignoró completamente. Saltó vestida completamente — uniforme, zapatos, dignidad laboral — sumergiéndose hacia hombre hundiéndose rápidamente. Manos encontraron torso de Mateo, brazos rodearon pecho, piernas patearon con fuerza entrenada en océanos salvajes.
Lo que pasó después de rescate milagroso transformó salvamento en conexión, gratitud en amor imposible entre mundos separados por clase social.
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