LOS DOS HÚSARES - de LEÓN TOLSTÓI
Автор: AUDIOLIBROS PISO 22
Загружено: 2024-11-20
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LOS DOS HÚSARES: —¡Shashka! Dale una propina —gritó Turbin a su asistente.
El cochero abandonó la sala, acompañado de Sashka; pero no tardó en volver con unos kopecks en la mano.
—Padrecito, he hecho todo lo que he podido por servirte. Me prometiste medio rublo éste me da sólo veinticinco kopecks.
—¡Sashka! Dale un rublo —gritó Turbin.
El asistente bajó la cabeza y se puso a mirar los pies del cochero.
—Le he dado bastante —replicó, en voz de bajo, al cabo de un rato—. Además, no me queda más dinero.
Turbin sacó de la cartera los dos últimos billetes que le quedaban y entregó uno al cochero. Éste le besó la mano y se fue.
—Me ha traído en un vuelo —dijo Turbin—. Son los últimos cinco rublos que me quedan…
—Procede usted como un buen húsar —observó, con una sonrisa, uno de los nobles que, a juzgar por su bigote, su voz y la desenvoltura de sus pies, debía de haber sido militar de caballería—. ¿Se propone permanecer mucho tiempo aquí, conde?
—Tengo que conseguir dinero; a no ser por eso me marcharía en seguida.
Además, no tienen habitaciones. ¡Maldita fonda!
—Permítame que le ofrezca mi cuarto. Es el número siete. Si quiere, puede pasar la noche conmigo. Debería quedarse un par de días… Esta noche habrá un baile en casa del mariscal de la nobleza. Me gustaría mucho que asistiera…
—Anímese, conde, y quédese —intervino otro, un joven apuesto—. ¿Qué prisa tiene por marcharse? Estas elecciones no volverán a celebrarse hasta dentro de tres años. Es una ocasión para que conozca a nuestras muchachas.
—Sashka, tráeme ropa limpia; voy a ir a tomar un baño —exclamó Turbin, levantándose—. Tal vez desde allí vaya a visitar al mariscal. Ya veré.
Luego llamó al camarero y le dijo unas palabras. Éste respondió con una sonrisa que «todo depende de las manos que uno tenga», y se fue.
—Entonces, padrecito, mandaré que lleven mi maleta a la habitación —gritó Turbin desde la puerta.
—Sí, sí. Esto me honrará mucho —replicó el de caballería, precipitándose en pos de él—. No olvide que es el número siete.
Cuando se dejaron de oír los pasos de Turbin, el de caballería volvió a su sitio. Se sentó junto a un funcionario y lo miró con ojos risueños, exclamando:
—¡Pero si es él!
—¿Quién?
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