No la necesitabas, y eso fue lo que rompió su ego | Estoicismo

La mayoría de los hombres creen que si demuestran cuánto les importa, si se esfuerzan por demostrar su valía, con el tiempo se ganarán su afecto. Tiene sentido, ¿verdad? Le prestas atención, la haces sentir especial y seguro que te apreciará. Serás recompensado con el amor y la conexión que anhelas. Pero aquí está el problema: la atracción no funciona así. Cuanto más das, menos pareces recibir. Y se debe a un principio muy simple: la ley de los rendimientos decrecientes. Cuanto más le das a alguien, menos valioso se vuelve. Y menos lo aprecia. De hecho, en el momento en que dejas de necesitarla, cambias la dinámica de poder por completo. Dejas de hacer cosas por ella para ganarte su atención. Dejas de intentar demostrar que vales la pena. Te das cuenta de que tú, y solo tú, eres quien determina tu valor. Y ahí es cuando todo cambia.
Cuando dejas de necesitarla, no significa que dejes de importarle. Significa que tu felicidad y autoestima no dependen de sus acciones. No basas tu estado emocional en si te responde o en cuánto tiempo pasa contigo. Empiezas a concentrarte en ti mismo, en tus metas y en tu vida fuera de ella. Y ahí es cuando ocurre el verdadero cambio. Te vuelves menos predecible para ella, y la imprevisibilidad es uno de los factores más poderosos en la dinámica de una relación. No sabe si vas a contactarla, no sabe si estás disponible, y de repente, empieza a cuestionarse. Y es en ese momento de incertidumbre que su ego recibe el primer golpe.
Verás, la cuestión es que las mujeres, como todas nosotras, nos impulsa la necesidad de sentirnos deseadas, de sentirnos queridas. Pero hay una delgada línea entre el deseo y la dependencia. En el momento en que una mujer siente que la necesitas para ser feliz o realizada, la colocas en una posición de poder. Sabe que puede hacer que la persigas. Ella sabe que, aunque se aleje, siempre estarás ahí, esforzándote más, dando más y buscando constantemente su aprobación. Pero cuando dejas de hacerlo —cuando dejas de ponerla en un pedestal y tratarla como el centro de tu universo— todo cambia. De repente, se siente insegura. Ya no sabe qué lugar ocupa contigo, y esa duda empieza a corroerla. Lo que antes daba por sentado —el hecho de que siempre estabas disponible— ya no es cierto.