El Señor es mi pastor [Salmos 23 (22)] - Camino Neocatecumenal
Автор: Joven Peregrino
Загружено: 2020-11-17
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Salmo 23 (22)
Queridos hermanos, el Salmo 23 nos invita a renovar nuestra confianza en Dios, abandonándonos totalmente en sus manos. Dirigirse al Señor en la oración implica siempre un acto de confianza, con la conciencia de confiarse a un Dios que es bueno, “misericordioso, lento a la ira, rico en amor y fidelidad” . Por esto, quisiera hoy reflexionar con vosotros sobre un Salmo impregnado de confianza en su totalidad, en el que el Salmista expresa su serena certeza de que es guiado y protegido, puesto a salvo de todo peligro, porque el Señor es su pastor. Se trata del Salmo 23 (según la tradición greco-latina el número 22), un texto familiar para todos y amado por todos. “El Señor es mi pastor: nada me falta”: así comienza esta bella oración, evocando el ambiente nómada del pastoreo y la experiencia de conocimiento recíproco que se establece entre el pastor y las ovejas que componen su pequeño rebaño. La imagen recrea una atmósfera de confianza, intimidad, ternura: el pastor conoce a sus ovejas una a una, las llama por su nombre y ellas lo siguen porque lo reconocen y se fían de él (cfr Jn 10,2-4). Él las cuida, las custodia como bienes preciosos, está preparado para defenderlas, para garantizar su bienestar, para hacerlas vivir en tranquilidad. Nada puede faltarles si el pastor está con ellas. A esta experiencia se refiere el Salmista, llamando a Dios su pastor, y dejándose guiar por Él hacia pastos seguros:
“El me hace descansar en verdes praderas,...”
La visión que se abre a nuestros ojos es la de los prados verdes y fuentes de agua límpida, oasis de paz hacia donde el pastor acompaña a su rebaño, símbolos de lugares de vida hacia donde el Señor conduce al Salmista, que se siente como las ovejas recostadas en la hierba al lado de un manantial, en situación de reposo, no en tensión o en estado de alarma, sino confiadas y tranquilas, porque el sitio es seguro, el agua es fresca y el pastor vela por ellas. No olvidemos que la escena evocada por el Salmo está ambientada en una tierra en gran parte desértica, tostada por el sol abrasador, donde el pastor semi-nómada de Oriente Medio vive con su rebaño en las estepas áridas que se extienden alrededor de los pueblos. Pero el pastor sabe donde encontrar hierba y agua, esenciales para la vida, sabe guiar hacia el oasis donde el alma se “refresca” y es posible recuperar las fuerzas y coger nuevas energías para retomar el camino.
Como dice el Salmista, Dios lo guía hacia “verdes praderas” y “aguas tranquilas”, donde todo es abundante, donde todo se da copiosamente. Si el Señor es el pastor, incluso en el desierto, lugar de carencia y de muerte, no disminuye la certeza de una radical presencia de vida, hasta el punto que se puede decir: “nada me falta”. El pastor, de hecho, tiene en el corazón el bien de su grey, adecua sus propios ritmos y sus propias exigencias a las de sus ovejas, camina y vive con ellas, guiándolas por senderos “justos”, es decir adaptados a ellas, con atención a sus necesidades y no a las propias. La seguridad de su rebaño es su prioridad y a esto obedece su guía.
“Preparas una mesa..."
Ahora el Señor se presenta como el que acoge al orante, con los signos de una hospitalidad generosa y llena de atenciones. El anfitrión divino prepara la comida en la “mesa”, un término que en hebreo significa, en su significado primitivo, la piel del animal que se extendía en la tierra y donde se colocaban los víveres para una comida en común. Es un gesto de compartir no sólo la comida sino también la vida, un oferta de comunión y de amistad que crea vínculos y que expresa solidaridad. Después está el generoso don del aceite perfumado sobre la cabeza, que alivia el calor del sol del desierto, refresca y suaviza la piel, y anima el espíritu con su fragancia. Finalmente la copa rebosante añade una nota de fiesta, con su vino exquisito, compartido con una generosidad abundante. Comida, aceite, vino: son los dones que hacen vivir y que dan alegría porque van más allá de lo que es estrictamente necesario y expresan la gratuidad y la abundancia del amor. Celebrando la bondad que viene del Señor: “Haces brotar la hierba para el ganado y las plantas que el hombre cultiva, para sacar de la tierra el pan y el vino que alegra el corazón del hombre, para que él haga brillar su rostro con el aceite y el pan reconforte su corazón”. El Salmista es objeto de muchas atenciones, por las que se ve a un viajero que encuentra refugio en una tienda acogedora, mientras sus enemigos deben detenerse a mirar, sin poder intervenir, porque al que consideraban su presa se le ha dado refugio, se ha convertido en huésped sagrado, intocable. El Salmista somos nosotros cuando somos realmente creyentes en comunión con Cristo. Cuando Dios abre su tienda para acogernos, nada nos puede hacer daño.
Al partir el viajero de nuevo, la protección divina continúa y lo acompaña en su viaje.
Se agradece la colaboración de David U. por la interpretación y arreglo de este solemne salmo.
¡La Paz!
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