La Venganza de Guadalajara: 12 Sicarios Enterrados Vivos Por Un Padre Desaparecido

Doce fosas. Doce cuerpos. Doce hombres que murieron escuchando cómo la tierra les llenaba la boca.

El 3 de septiembre de 2019, un campesino que buscaba su vaca extraviada en un terreno baldío de Tlajomulco de Zúñiga, Jalisco, encontró algo que lo hizo vomitar el desayuno. Una mano salía de la tierra. Los dedos estaban curvados hacia arriba, como si en su último momento el dueño de esa mano hubiera intentado escarbar su salida del infierno.

La policía de Jalisco llegó tres horas después. Lo que encontraron desafió todo lo que habían visto en una década de narcoviolencia.
No era una fosa común. Eran doce fosas individuales distribuidas en un patrón circular, cada una separada de la otra por exactamente tres metros. Cada fosa contenía un solo cuerpo. Todos hombres. Todos entre veinte y treinta y cinco años. Todos con las manos atadas a la espalda con alambre de púas. Todos con cinta adhesiva industrial cubriendo la boca.
Y lo más perturbador: todos enterrados vivos.

Los forenses determinaron que las víctimas habían muerto por asfixia. Tierra en los pulmones. Tierra en el estómago. Habían respirado tierra hasta que sus cuerpos simplemente dejaron de luchar.

¿Quién hace algo así? ¿Qué clase de odio, qué clase de dolor, qué clase de oscuridad lleva a alguien a enterrar vivos a doce hombres?
La respuesta llegó seis semanas después, cuando cuatro mujeres caminaron juntas hacia la Fiscalía General del Estado de Jalisco y pidieron hablar con el fiscal en persona.

Eran las hermanas Ruiz Coronado. Daniela de veintinueve años. Renata de treinta y dos. Paloma de treinta y cinco. Valentina de treinta y nueve.
Y lo que confesaron dejó a Jalisco sin palabras.