“LA VERDAD ESCONDIDA EN LOS MUROS DE JERICÓ”

Jericó era una de las ciudades más antiguas y fortificadas del mundo antiguo. Sus murallas no solo servían como defensa militar, sino que también formaban parte de la vida cotidiana. En ellas se construían casas y se desarrollaban actividades económicas. En este contexto aparece Rahab, una mujer que, viviendo literalmente “en el muro”, se convirtió en símbolo de fe y salvación. La Biblia nos ofrece detalles preciosos que, al analizarlos, revelan cómo Dios actúa en los lugares más inesperados y cómo una decisión de fe puede cambiar el destino de una familia entera.
Josué 2:15 relata que Rahab vivía en una casa “edificada sobre el muro”. Esto muestra que las murallas eran lo suficientemente anchas para albergar viviendas. En muchas ciudades antiguas, las familias más humildes o comerciantes se ubicaban en estas áreas periféricas, donde había movimiento de viajeros y facilidad de acceso. Así, los muros no eran solo un sistema de defensa, sino un espacio urbano habitado.
El hecho de que Rahab pudiera descolgar a los espías por la ventana demuestra que su casa tenía salida directa al exterior de la muralla (Josué 2:15, 18). Esto revela un detalle práctico: estas viviendas funcionaban como puntos de comunicación y de escape. Pero también nos habla espiritualmente: la fe verdadera siempre abre una “ventana” hacia el futuro, hacia una vida nueva, aunque todo alrededor parezca condenado.
Josué 2:6 menciona que Rahab escondió a los espías en el techo, donde tenía lino en proceso de secado. Este detalle muestra que, aunque vivía en el muro, llevaba una vida laboral común, dedicada a sus negocios. Dios quiso dejar claro que Él se fija en personas reales, con trabajos ordinarios y problemas cotidianos. Allí, en medio de la rutina, puede comenzar una historia de fe y transformación.
Josué 2:18 y 21 destacan la señal acordada: un cordón rojo en la ventana. Este símbolo recuerda la sangre en los dinteles durante la Pascua (Éxodo 12), señal de protección para las familias hebreas. El cordón escarlata anticipa la obra de Cristo, cuya sangre derramada se convierte en nuestra marca de salvación. La fe de Rahab se hizo visible a través de un signo concreto, público y obediente.
Rahab no solo pidió salvación para sí misma, sino también para sus padres, hermanos y todos los suyos (Josué 2:12–13). Esto muestra un corazón que no se conforma con salvarse solo. La verdadera fe busca incluir a los cercanos, intercede por ellos y los introduce bajo la protección de Dios. Cuando los muros cayeron, fue su casa la que permaneció intacta, preservando a todos los que estaban dentro (Josué 6:22–23).
Josué 6:25 declara que Rahab “habitó en medio de Israel hasta hoy”. No solo fue librada, sino integrada al pueblo de Dios. El Nuevo Testamento la menciona en Hebreos 11:31 como ejemplo de fe y en Mateo 1:5 dentro de la genealogía de Jesús. La mujer que habitaba en la periferia de los muros pasó a ocupar un lugar central en la historia de la redención. Dios no solo rescata, Él también honra.
Santiago 2:25 explica que Rahab fue justificada por sus obras al acoger y proteger a los espías. Su fe no fue pasiva, sino activa y valiente, arriesgando su seguridad personal por obedecer a la verdad de Dios. Esta combinación de confianza en la promesa divina y acción concreta es la esencia de una fe viva, capaz de transformar vidas y familias.
¿Quiénes vivían en los muros de Jericó? Personas comunes, como Rahab y su familia. Pero lo extraordinario es que, en medio de la caída de una ciudad condenada, Dios levantó un testimonio de fe, marcado por un simple cordón escarlata. Rahab nos enseña que no importa dónde vivas ni cuál sea tu pasado: si decides creer y actuar conforme a la palabra de Dios, tu vida puede ser preservada, tu familia puede ser rescatada y tu historia puede ser redimida para gloria del Señor.

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