"Papá viene por mí", lloró la niña al Capo Él salió con su arma y juró venganza brutal

"Papá viene por mí", lloró la niña al Capo Él salió con su arma y juró venganza brutal
La noche caía sobre Madrid como un manto de terciopelo negro, pesado y sofocante. En el ático del rascacielos más exclusivo de la Castellana, Alejandro Cortés permanecía de pie frente a las ventanas del piso al techo, observando las luces de la ciudad parpadear como estrellas caídas. Un vaso de whisky descansaba en su mano, intacto, mientras su reflejo en el cristal le devolvía la mirada de un hombre que el mundo temía, pero que él mismo apenas reconocía.
A sus 38 años, Alejandro había construido un imperio que se extendía desde los muelles del Mediterráneo hasta los salones de poder de media Europa. Su nombre se susurraba con respeto y terror en igual medida. Los políticos buscaban su favor, los empresarios temían su enemistad, y los que trabajaban en las sombras sabían que cruzarlo significaba desaparecer sin dejar rastro.
Pero ninguno de ellos sabía la verdad. Que cada noche, cuando la ciudad dormía, él permanecía despierto, perseguido por el fantasma de una mujer que había amado con una intensidad que casi lo destruyó. Sofía. Su nombre era un susurro que nunca se atrevía a pronunciar en voz alta, un recuerdo que guardaba bajo llave en el lugar más oscuro de su corazón.
Habían pasado siete años desde aquella noche. Siete años desde que le dijo que tenía que marcharse, que su mundo era demasiado peligroso para ella, que lo único que podía ofrecerle era una vida de miedo constante. Ella había llorado, le había suplicado que encontrara otra manera, pero él había sido inflexible. La había alejado con palabras frías y calculadas, cada una diseñada para hacerle creer que ya no la amaba.