Mateo

Estamos estudiando la última semana del ministerio terrenal del Señor. La ciudad de Jerusalén estaba llena de gente que había llegado de todo el mundo para celebrar la pascua. Jesús había pasado la noche en la casa de sus amigos en Betania.
Luego de su impactante entrada en Jerusalén, ahora el Señor demostraría su autoridad en el templo. En otras palabras, era momento para el primer acto oficial de Jesús como rey. El pueblo le había llamado un profeta, por lo que ahora él actúa como un profeta y denuncia el pecado del pueblo limpiando el lugar más sagrado de la nación: el templo. A la vez, Él era más que un profeta. Él era el Señor mismo del templo que tenía la autoridad para demandar como debía ser la adoración que Él aceptaba.
Es asombroso ver que el lugar que debía ser el más sagrado de la nación donde el nombre de Dios sea exaltado por su pueblo, se había corrompido hasta los extremos más increíbles. El Señor pronto estará en una cruz dando su vida para librar al hombre de su pecado y rebeldía, pero antes, tenía que exponer la corrupción de aquellos a quienes vino a salvar. No nos debe sorprender a nosotros también que la corrupción de nuestro corazón se puede expresar aún en el lugar de la adoración.
La religión judía se había corrompido. El Señor quería que Israel sea una luz a las naciones, y el Señor les confrontaría y les llamaría al arrepentimiento y fe. Ellos necesitaban salvación porque su actividad religiosa no era verdadera religión. Era una distorsión de la adoración que Dios demanda motivada por intereses humanos.