Himno al Apóstol Santiago

El Apóstol Santiago: Nuestro DEBER hacia el glorioso Patrón de las Españas

Almas cristianas, herederas de una sangre marcada con la Cruz; hijos todos de la España que aún guarda en su entraña los ecos del Evangelio primero; le debemos TODO a nuestro glorioso Patrón, el Apóstol Santiago el Mayor, hermano de San Juan, discípulo amado del Señor y Mártir de la fe santa.

Tengamos una devoción firme, militante y filial al Apóstol Santiago, quien trajo a nuestras tierras la luz de Cristo y bajo cuyo patrocinio floreció la España católica. Si hoy poseemos la fe; si nuestras tierras fueron santificadas por el bautismo y la sangre de los Mártires; si aún se alza en nuestros pueblos el Nombre del Salvador, es porque Santiago, obedeciendo el mandato del Redentor, vino hasta el fin del mundo a plantar la semilla del Evangelio.

Nos dolemos con razón de la apostasía que corroe nuestras naciones, de la confusión doctrinal, ¿Cómo pretendemos resistir al enemigo si olvidamos a nuestros protectores? ¿Cómo invocaremos la victoria del Señor si relegamos a quien fue su instrumento para traernos la fe?

Es preciso que volvamos a Santiago si queremos volver a la fe íntegra, a la que profesaron nuestros mayores; la que nunca se adaptó al mundo, sino que lo venció; la que no se desfiguró con novedades, sino que se sostuvo en la verdad perenne, la misma que custodiaron los Concilios, los Mártires, los Confesores, las Vírgenes, los Monjes y los Reyes Santos. La fe de siempre: esa es la que debemos guardar, y Santiago es uno de sus guardianes más altos.

Debemos renovar nuestro fervor, sacudir la modorra espiritual y alzar la mirada a Compostela, donde reposa el cuerpo del Apóstol bajo piedra bendita. Allí late el corazón espiritual de España. Allí debemos dirigir nuestros pasos, nuestras oraciones, nuestras intenciones. Si no podemos ir con los pies, vayamos con el alma. Pero vayamos.

Guardemos su fiesta con alegría católica. Enseñemos a nuestros hijos a amar su nombre. Invoquémosle en las luchas del alma y en las batallas del mundo. Tengámosle por Patrón, por hermano, por intercesor. Y con él, volvamos sin temor a la fe que no envejece, al Evangelio íntegro, a la Tradición invicta, a la Iglesia que no negocia con el error.

Hoy más que nunca, cuando tantos se inclinan al becerro de oro de la modernidad y olvidan los caminos antiguos que son la catolicidad de siempre, es urgente que digamos con el alma entera:

«¡Santiago, custodio de la fe de siempre, no nos abandones!»

Y que el eco de este clamor sacuda los valles y las sierras, las ciudades y los campos, los templos y los hogares.

Que la devoción al Apóstol no sea para nosotros un adorno piadoso, sino un estandarte de combate, una bandera de fidelidad, una prenda de victoria.

Volvamos a él, para volver a Cristo.
Volvamos a él, para volver a ser España.
Volvamos a él, para guardar, con firmeza de roca, la fe que hemos recibido y que estamos obligados a transmitir, íntegra y sin mancha, a los que vendrán.

✠
𝐀.𝐌.𝐃.𝐆.

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