La historia detrás de la Bella Durmiente

Antes de ser un símbolo del amor verdadero, La Bella Durmiente fue un cuento sobre poder, abuso y silencio.
En su versión más antigua, escrita en 1634 por Giambattista Basile bajo el título “Sol, Luna y Talía”, la princesa no despierta con un beso… sino con el llanto de sus hijos nacidos mientras dormía.

Talía cae en un sueño profundo cuando una astilla envenenada se clava en su dedo.
Su padre la cree muerta y la deja reposar en un castillo abandonado.
Años más tarde, un rey la encuentra dormida y, cegado por el deseo, la viola sin que despierte.
Nueve meses después, da a luz a dos gemelos —Sol y Luna— que rompen el hechizo al mamar de su dedo y extraer la astilla.

Cuando el rey regresa, se encuentra con la princesa despierta y los niños vivos, pero la historia no termina ahí.
Su esposa, al descubrir la infidelidad, ordena cocinarlos y servírselos al rey en un banquete.
El cocinero los esconde y salva, pero la reina, consumida por los celos, intenta asesinar a Talía.
Finalmente, ella es arrojada a las llamas, mientras el rey se casa con la mujer que violó, cerrando una historia tan absurda como brutal.

Décadas después, Charles Perrault (1697) reescribió el relato, suavizando los horrores:
reemplazó la violación por un “beso de amor” y transformó la esposa del rey en una ogresa caníbal que desea devorar a sus nietos.
Y en 1812, los hermanos Grimm borraron todo vestigio de pecado y violencia:
su princesa, llamada Rosaspina, duerme por una maldición,
y el príncipe que la despierta lo hace con un beso puro, no con un crimen.

Siglos de censura y adaptación transformaron una historia de abuso y muerte
en un cuento sobre magia, belleza y esperanza.
Disney terminó de limpiar la sangre en 1959, cuando Aurora fue despertada por un beso
y el dragón se convirtió en la única bestia del relato.

Pero bajo esa capa de fantasía,
aún late el corazón oscuro del cuento original.
Una historia donde el sueño simboliza la vulnerabilidad,
el príncipe encarna el deseo que destruye,
y el despertar no siempre significa libertad.

Porque La Bella Durmiente no nació como un cuento de amor…
sino como una advertencia envuelta en silencio.
Una historia donde el verdadero monstruo no era un dragón,
sino un hombre que confundió la belleza con el derecho de poseerla