El Niño Miguel. Fandango con unos amigos
Автор: Francisco Cuaresma Borrero
Загружено: 2023-05-22
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HASTA SIEMPRE MIGUEL
Un tal día como hoy, nos dejaba Miguel Vega de La Cruz, “El Niño Miguel”, quien murió en el Hospital Juan Ramón Jiménez afecto de una rara enfermedad que suprime todas las defensas del organismo. Se sometió a múltiples transfusiones, a tratamientos experimentales, pero no pudo ser, la estadística que pronosticaba para su enfermedad la muerte a los cinco años de su diagnóstico se cumplía de forma inexorable.
Él ignoraba todo esto, no entendía ni quería entender la naturaleza de su enfermedad, la causa, su mecanismo íntimo. Le daba igual, sólo comprendía que había llegado su hora, se sentía abúlico, con una pereza mórbida, sin ganas de estar. Le molestaba todo y todos. Incluso a veces lo expresaba.
Durante su estancia hospitalaria con frecuencia lo visité, en compañía de mi familia y del guitarrista Rafael Riqueni, que también se encontraba en el geriátrico en compañía del genial onubense. Esos días, Miguel ya estaba totalmente extenuado, tan solo una o dos veces lo vi sentado en su cama dispuesto a ingerir un poco de líquido; el resto del tiempo estaba tendido, con su cabeza reclinada, tenía una respiración ruidosa y entrecortada, estaba sudoroso, su rostro bronceado resaltaba en la blancura de la sábana, con sus cabellos derramados en la almohada. Tenía la mirada ausente, como fija en una alucinación que sólo él podía percibir. Sólo cuando me acercaba a su lecho, la fijaba en mí, como diciendo - “ya me están llamando Franci” - él me llama así, y a veces en señal de cariño “tito”. Enseguida descendía el párpado superior, adoptando un aire de abnegada pereza, quizá de un apresurado y soterrado deseo de partir. “…Si Dios lo ha querido así… qué le vamos a hacer… cuando Él me lo ha mandao por algo será… qué sé yo…” - fueron en una ocasión sus escasas palabras. En otra, nos mandó a callar a todos. Le pregunté: - ¿Te molesta que hablemos? - y respondió - “¿No ves que estoy apagado, que estoy en declive y enfermo?”. Me consternaron esas palabras, parecía como si en sus últimos días hubiese recobrado la cordura.
José Manuel, mi hijo, y yo observábamos a Rafael Riqueni, también allí presente, como encogido, silenciado, tímido, pusilánime; se percibía en él una obstinada congoja, quizá por no haber agradado del todo a su maestro enfermo, tal vez porque quiso reencontrarse con él en el geriátrico de Tharsis, cuando ya Miguel inició su etapa final, la cual no encajaba con la guitarra. Fuera lo que fuese, era consciente, al igual que yo, que algo grande en el flamenco iba a desaparecer.
Días más tardes fue llevado a la UCI, y afuera estaban sus seres más queridos; los que sufrían, a quienes les daba un vuelco el corazón cada vez que veían salir un médico, presos de una gran tensión que cesaba en una aguda lasitud cuando éste se iba y no decía nada, y cuando pasaban unas horas volvía la desesperante dilación de las noticias.
Ya no tenía nada que hacer y todos lo sabíamos, la última vez que lo vi franqueé no sé qué clase de obstáculo que impedía la entrada en aquel compartimiento acristalado, pero yo entré y besé su frente. Y dije para mí: “hasta siempre tito…”.
En los tres años precedentes, mi familia yo, habíamos establecido a través de continuos contactos un fuerte vínculo con el artista. Me renovó mi afición a la guitarra, y nos enseñó muchísimo a mi hijo y a mí. Como pueden observar en los vídeos precedentes, observaba con detalle mi forma de tocar para después corregir mis innumerables fallos. Con él se nos fue, de forma independiente de la afición a la guitarra y el flamenco; uno de nuestros mejores y más allegados amigos.
En un humilde homenaje a su recuerdo, que sirva esta secuencia en el colmado de alegría, cantó por fandangos de Huelva para todos nosotros.
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