Don Marcelino Morales, alma del toque herreño
Автор: Sabinosa un Sentimiento
Загружено: 2025-06-06
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Hablar de D. Marcelino Morales es hablar del corazón palpitante del folclore herreño. Su pito no era solo música, era raíz, era viento soplando entre las montañas de El Pinar y los caminos de Sabinosa. Cada nota que emitía no solo marcaba el compás: tejía memoria. En sus manos, ese sencillo instrumento se transformaba en un puente entre generaciones, un hilo invisible que unía a los antiguos con los nuevos, a los mayores con los niños, al pasado con el futuro.
El pito herreño, con su voz aguda y vibrante, ha sido durante siglos guía de danzas y procesiones, marcando el paso de cuerpos y emociones. Marcelino lo sabía como nadie. No solo por técnica, sino por instinto. Leía a los bailadores con la mirada y el alma. Sabía cuándo sostener el ritmo para que el cuerpo descansara, cuándo acelerar para encender la alegría. Tocaba con los ojos atentos, con el corazón dispuesto. No para sí, sino para el grupo. Porque en El Hierro, el folclore es acto colectivo, tejido compartido. Y él era su mejor tejedor.
Marcelino fue guía, maestro, transmisor. Desde niño asumió responsabilidades que a muchos les habrían pesado. Con siete años ya soplaba su primer pito en las fiestas escolares, y nunca dejó de aprender ni de enseñar. Su mayor legado no está escrito en partituras, sino en las manos y los oídos de quienes lo acompañaron. Innovó con respeto. Introdujo la continuidad entre los toques, evitando los silencios que antes rompían el flujo del baile. Lo hizo con sabiduría antigua y mirada nueva. Como lo hacen los que aman lo suyo y lo quieren vivo.
Era también picardía, humor, ternura. Sus bromas en los ensayos, sus travesuras inesperadas, sus juegos rítmicos eran parte del alma del grupo. En cada carcajada dejaba también una enseñanza. Porque sabía que el folclore no es solo solemnidad: también es chispa, vida, sorpresa. Nos enseñó que lo tradicional no tiene por qué ser rígido, que hay lugar para la risa en medio del rito, y que eso también es herencia.
Y fue generoso. Muy generoso. Aquel joven que pensó dejar de tocar por tener un pito distinto recibió de Marcelino algo más que un instrumento nuevo: recibió confianza, cobijo, sentido de pertenencia. Así fue formando escuela. Así dejó huella. Su enseñanza no fue académica, fue vivencial. Se aprendía a su lado, mirando, escuchando, sintiendo.
Este vídeo muy bonito que acompaña estas palabras no es solo un homenaje. Su pito seguirá sonando en las romerías, en las fiestas, en cada rincón donde un grupo se reúna a tocar por amor a la tierra. Y su legado seguirá creciendo en cada joven que tome un pito y lo sople con respeto, con alegría, con corazón.
Porque Marcelino no se ha ido. Está en el ritmo que aún guía los pasos, en la melodía que enciende los cuerpos, en la memoria que se hace baile. Su música cambió el folclore herreño. Para siempre.
Gracias, Marcelino. Por tanto. Por todo
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