LEVITICO CAPITULO 22

LEVITICO - CAPITULO 22
La voz del Señor volvió a dirigirse a Moisés, esta vez con una solemnidad tranquila, como si el monte mismo escuchara. Sus palabras estaban destinadas a Aarón y a sus hijos, los sacerdotes encargados de custodiar los dones del pueblo y las cosas que
Él había declarado santas. El mensaje no era un mero recordatorio, sino una instrucción necesaria para preservar la santidad en medio de la vida diaria del campamento.
Dijo el Señor que los sacerdotes debían tener un especial cuidado en cómo trataban las ofrendas consagradas por los hijos de Israel. Aquello que el pueblo ofrecía a Dios no debía ser profanado de ninguna manera. No era un objeto común, ni un alimento cualquiera; era un símbolo vivo de la comunión entre Dios y su pueblo.
Si un sacerdote, por descuido o negligencia, trataba con liviandad lo que era santo, Él mismo lo tendría por culpable. La santidad, en el ministerio sacerdotal, no era un adorno, sino una responsabilidad sagrada.
Luego el Señor enumeró los casos en los que un sacerdote se encontraba ritualmente impuro y, por tanto, incapacitado para participar de lo consagrado. Si sufría alguna impureza asociada al cuerpo,
si tenía una secreción que lo hacía inapto para el servicio, o si entraba en contacto con cualquier cosa muerta o impura —como un cadáver, un animal impuro o un hombre afectado por impureza— debía abstenerse de acercarse a las ofrendas. Incluso un simple contacto accidental con estas cosas lo excluía temporalmente del rito.