NUMEROS CAPITULO 6
Автор: RMA
Загружено: 2025-12-04
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NUMEROS - CAPITULO 6
El campamento de Israel seguía su marcha alrededor del tabernáculo del Señor, organizado y consagrado, como un pueblo llamado a ser distinto entre las naciones. En ese contexto,
el Señor habló nuevamente a Moisés, dándole instrucciones que iban más allá de la vida común del pueblo: eran palabras que señalaban un camino de entrega especial, una opción voluntaria por una santidad aún más profunda. Era la ley del nazareato.
El Señor indicó a Moisés que hablara a los hijos de Israel y les dijera que cualquier hombre o mujer del pueblo, si deseaba consagrarse al Señor con un voto nazareo, debía seguir normas particulares que simbolizaran una dedicación extraordinaria.
El nazareato no era obligatorio; era un acto de devoción personal, una respuesta del corazón que buscaba apartarse para Dios por un tiempo determinado. Se trataba de una entrega solemne, un compromiso visible ante Dios y ante la comunidad.
La primera norma era la abstinencia total de vino y bebidas embriagantes. Quien hiciera este voto no debía beber vino, ni sidra, ni vinagre hecho de cualquiera de estas bebidas. Ni siquiera debía tomar jugo de uvas ni comer uvas frescas o pasas.
La separación era completa, incluso de aquello que parecía inofensivo o ligero. Durante el tiempo del nazareato, la vida ordinaria quedaba atrás, y con ella los placeres lícitos que pudieran desviar la mente y el corazón de la consagración especial.
En segundo lugar, durante el periodo del voto, la persona no debía cortarse el cabello. El cabello, que normalmente se cuidaba, se arreglaba o se recortaba, ahora se convertía en un símbolo viviente de dedicación.
Mientras el tiempo de la consagración durara, la cabellera se alargaría libremente, visible para todos como una señal de que esa persona estaba apartada para el Señor. Era una marca de identidad, algo que se llevaba en el cuerpo, recordando continuamente la entrega hecha.
La tercera condición del nazareato era la separación absoluta del contacto con los muertos. La persona consagrada no debía acercarse a ningún cadáver, ni siquiera si se trataba del padre, de la madre, de un hermano o de una hermana. Ni el afecto familiar ni la urgencia del duelo podían romper la pureza del voto.
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