Creí que había terminado con mi novio de forma madura. Quedamos en ser amigos, pero el ya no quiere

Creí que había terminado con mi novio de forma madura. Quedamos en ser amigos, pero el ya no quiere pagar mi alquiler como hacía antes. Le pedí que al menos cubra la mitad, pero el dice que ya no somos novios así que no es su obligación. Pero somos amigos y los amigos se apoyan.

Me quedé sin piso de un día para otro y con un casero mirándome como si fuera una delincuente, mientras un abogado hablaba de “indicios de falsificación de firma” y mi nombre empezaba a sonar junto a la palabra fraude. Lo peor no fue solo tener que empacar mis cosas y volver al cuarto de mi adolescencia en casa de mis padres, sino enterarme de que en el banco ya me habían puesto una marca interna, como si yo fuera un riesgo caminando. Todo eso, toda esa etiqueta, nació de una firma que, según yo, solo estaba corrigiendo una injusticia, así que voy a explicar cómo se supone que terminé de forma madura con mi ex y acabé siendo tratada como si hubiera robado algo. Yo de verdad creí que había terminado con Tomás de la forma más adulta posible. No hubo gritos, no hubo platos rotos, no hubo terceros. Solo estábamos los dos sentados en el sofá del salón, un martes cualquiera a las diez y media de la noche, hablando de que ya no éramos los mismos, de que la rutina nos había comido, de que era mejor dejar de forzar algo que no funcionaba. Lo repetimos varias veces: que seguíamos siendo importantes el uno para el otro, que no queríamos perder el vínculo, que podíamos ser amigos. Yo salí de esa conversación con la sensación de haber hecho las cosas “bien”, de no ser la típica ex que arma un drama, sino alguien que sabe cerrar ciclos con elegancia. El piso en el que vivíamos estaba a nombre de los dos en el contrato, pero desde el principio fue Tomás quien se encargó de pagar el alquiler. Él hacía la transferencia al casero cada mes, y yo aportaba en otras cosas: la compra del supermercado, los muebles bonitos, las plantas, los cuadros, los detalles que hacen que un lugar sea hogar y no solo un sitio donde tiras una maleta. Siempre sentí que, de alguna manera, eso compensaba. Yo era la que buscaba cojines, velas, alfombras; la que se quedaba horas viendo ideas de decoración para que nuestro salón se viera acogedor. Cuando en la conversación de ruptura salió el tema de quién se quedaba en el piso, yo fui muy clara desde el principio.


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