LEVITICO CAPITULO 6
Автор: RMA
Загружено: 2025-11-07
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LEVITICO CAPITULO 6
El Señor habló nuevamente a Moisés desde el tabernáculo de reunión, instruyéndolo sobre las leyes que debían regir los sacrificios y los pecados ocultos del pueblo. Su voz, clara y solemne, resonaba con la autoridad del pacto, revelando no solo mandamientos, sino también la misericordia que ofrece restauración a quien se desvía.
Dijo el Señor: “Cuando alguien peque y cometa falta contra su prójimo, siendo infiel al Señor al negarle lo que le fue confiado o robado, o si ha oprimido a su hermano, o si halló algo perdido y mintió al respecto, o si juró falsamente en cualquiera de estas cosas que el hombre suele hacer para dañar al otro, deberá reconocer su culpa”.
La instrucción divina era precisa. No se trataba solo de reparar el daño entre hombres, sino de restablecer la relación con Dios, pues todo acto de injusticia, aun el más oculto, era una afrenta al Creador. Quien cometiera tal falta debía devolver lo robado, lo retenido injustamente o lo hallado y ocultado.
Debería restituirlo por completo y añadir una quinta parte más de su valor, entregándolo a aquel contra quien había pecado, el mismo día en que ofreciera su sacrificio por la culpa.
Entonces debía presentar al Señor, por medio del sacerdote, un carnero sin defecto del rebaño, como sacrificio por la culpa. El sacerdote lo ofrecería para hacer expiación por el pecado cometido, y así el culpable hallaría perdón.
El carnero representaba la vida inocente entregada en lugar del culpable, el eco del principio divino de sustitución, símbolo de una misericordia que siempre abre el camino de regreso.
El Señor continuó hablando a Moisés, revelando las ordenanzas que regirían las ofrendas encendidas. Dijo: “Esta es la ley del holocausto: el holocausto estará sobre el altar toda la noche hasta la mañana, y el fuego del altar arderá en él sin apagarse”.
El sacerdote debía vestirse con sus vestiduras de lino, cubrir su cuerpo con pureza, y recoger las cenizas del holocausto consumido, depositándolas junto al altar. Luego, tras cambiar de vestiduras, debía sacar las cenizas fuera del campamento, a un lugar limpio, lejos de la morada sagrada. Todo era ordenado y santo: aun lo que quedaba reducido a ceniza tenía un lugar designado.
El fuego sobre el altar debía mantenerse encendido siempre; no podía apagarse. Cada mañana, el sacerdote añadiría leña, colocaría sobre ella el holocausto y quemaría sobre él la grasa de los sacrificios de paz.
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