La Joven que Huyó de su Familia — Creyó que Moriría de Frío... Pero el Jefe Apache la Salvó

El viento del norte golpeaba como puños contra la espalda de Sarah Hendricks mientras corría descalza por el desierto helado. Tenía diecisiete años y las manos tan entumecidas que ya no sentía los cortes en las palmas. Detrás de ella, las voces de su padre y sus hermanos se perdían entre las ráfagas. "¡Sarah! ¡Vuelve aquí, maldita sea!" Pero ella no volvería. No después de lo que habían hecho. No después de ver a su madre colgada del viejo roble, con una nota clavada en el pecho que decía "traidora". Su padre la había matado por esconder comida para los apaches del valle. Sarah tropezó con una roca, cayó de rodillas, y el frío del suelo le atravesó los huesos. La sangre de sus pies dejaba un rastro oscuro en la tierra nevada. Se arrastró hasta un saliente rocoso, temblando tan violentamente que sus dientes castañeteaban como disparos. Cerró los ojos, esperando la muerte. Entonces escuchó el crujido suave de pasos sobre la nieve. Abrió los ojos y vio una figura alta recortada contra la luna llena. Un hombre apache, de rostro marcado por cicatrices y años, la observaba sin expresión. Llevaba una lanza y un cuchillo en el cinturón. Sarah intentó hablar, pero solo salió un gemido ahogado. El apache se arrodilló frente a ella, y sus ojos oscuros la estudiaron con una intensidad que la hizo sentir completamente desnuda. Entonces, sin decir palabra, el hombre se quitó su manta de piel de búfalo y la envolvió con ella. Sarah sintió el calor penetrar su cuerpo congelado, pero cuando intentó agradecerle, el apache ya estaba de pie, mirando hacia el horizonte... y hacia las antorchas que se acercaban desde el rancho de los Hendricks.