Mientras hacíamos un tour por Francia, mi novio vió por accidente unos mensajes de mi amante

Mientras hacíamos un tour por Francia, mi novio vió por accidente unos mensajes de mi amante. Yo me encerré en el baño del restaurante a llorar y todo el grupo tuvo que esperarnos. Al final, todo el grupo lo apoyó a él, no entienden que por su culpa le tuve que ser infiel. Él era demasiado perfecto.

La bofetada de esa anciana todavía me ardía en la mejilla mientras veía la puerta del autobús turístico cerrarse, dejándome sola en una acera de París. Alonso ni siquiera me miró por la ventana, simplemente se fue, llevándose consigo mi pasaje de vuelta, mi hotel y toda mi vida. Y lo más retorcido es que, en el fondo, nada de esto habría pasado si él no se hubiera esforzado tanto en ser el novio perfecto. Para que puedan entender la magnitud de su traición, necesitan saber cómo llegamos a este punto. Vivir con alguien que es impecable es una forma silenciosa de tortura que la gente no parece comprender. Alonso era la personificación de la estabilidad, un hombre tan predecible y bueno que su presencia se había vuelto un ruido blanco en mi vida. Era como estar casada con una hoja de cálculo. Cada día era una copia del anterior: se levantaba a la misma hora, bebía el mismo café, me daba el mismo beso insípido en la frente antes de irse a su trabajo seguro y respetable. Su amor era una manta tibia y pesada que, en lugar de darme confort, me estaba asfixiando lentamente. Yo, que siempre he necesitado sentir la vida vibrando en mis venas, me estaba marchitando en su jardín de previsibilidad. Cuando propuso este viaje a Francia, lo organizó todo con una precisión casi ofensiva. Cada hotel, cada restaurante, cada visita a un museo estaba meticulosamente agendada en un itinerario impreso que me entregó con una sonrisa orgullosa. No había espacio para perderse en una callejuela con encanto, para entrar en un bar porque la música sonaba bien, para la espontaneidad. Era un tour, no una aventura. Era su forma de amar, y a mí me estaba matando de aburrimiento. Su perfección era una jaula dorada, y yo necesitaba desesperadamente sentir el aire fresco de la imperfección en mis pulmones. Por eso apareció Mauro. O, mejor dicho, por eso necesité que apareciera. Mauro era todo lo que Alonso no era: caótico, impulsivo, un poco peligroso. Era un artista que vivía al día, cuya única planificación era decidir de qué humor se levantaría por la mañana.


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