PALABRAS DE JESÚS QUE SANARÁN TU ALMA | UN MENSAJE DE FE Y ESPERANZA

Imagina que la mañana se despierta lentamente. La casa está en silencio. Aún no comienzan las tareas del día. La luz del amanecer entra suavemente por la ventana y acaricia cada rincón del hogar, como un abrazo silencioso que anuncia un nuevo comienzo. El aroma del café recién hecho llena el ambiente. Afuera, los pájaros entonan su canto como si celebraran contigo que un nuevo día ha comenzado. En medio de esa quietud, quiero hablarte. No desde la distancia, sino cerca… tan cerca como quien se sienta frente a ti en la mesa de la cocina, en silencio, simplemente para estar contigo. He visto cómo cuidas de los tuyos, cómo llevas en el corazón nombres y rostros que te importan más que a ti misma. He visto tus días cansados, tus noches en vela, tus oraciones hechas de suspiros. Nada de eso ha pasado desapercibido para mí. A veces, la vida se siente como un largo camino cuesta arriba. No es solo el cansancio físico lo que pesa, sino las cargas que no se ven: las preocupaciones por tus hijos y nietos, los recuerdos que pesan más de lo que dices, las batallas interiores que nadie conoce del todo.

Es allí, justo en medio de esa carga silenciosa, donde quiero encontrarte hoy.
No vine a exigirte más fuerzas… vine a darte descanso. Quiero que sientas mi presencia como se siente la brisa en una tarde calurosa: suave, fresca, envolvente. Quiero que recuerdes que no estás llamada a llevar todo sola. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). Esta no es una frase para otros tiempos. Es para ti, ahora, aquí, en medio de tu día. Cuando hablo de descanso, no me refiero a una pausa pasajera. Hablo de un descanso que va más allá del cuerpo; hablo de tu alma. El descanso verdadero comienza cuando decides entregarme lo que llevas dentro. Cuando sueltas lo que no puedes controlar y descansas en mis manos. “En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo tú, Señor, me haces vivir confiada” (Salmos 4:8).