JESÚS TE HABLA AHORA | UN MENSAJE CELESTIAL PARA TU CORAZÓN Y TU ALMA

Mi amada hija, hoy quiero hablarte con la dulzura con la que el amanecer acaricia la tierra después de una noche de lluvia. Quiero que imagines este momento como si estuviéramos sentados juntos en el porche de tu casa, mirando cómo el día comienza a nacer. El cielo, aún en tonos dorados y rosados, anuncia que la tormenta de la noche ha terminado. Se respira un aire limpio, casi como si la tierra hubiera sido abrazada y renovada.
El viento roza suavemente tu rostro, trayendo consigo el aroma de la tierra mojada y el canto de los pájaros. Hay calma… y en esa calma quiero hablarte. Has vivido temporadas donde la vida no ha sido sencilla. Has enfrentado olas fuertes, vientos que parecían querer derribar todo lo que habías construido. Sé que no han sido tiempos fáciles. Has llorado en silencio mientras todos dormían, has sentido cómo tu corazón se apretaba de miedo o de cansancio, has susurrado oraciones que solo Yo he escuchado.

Quiero que hoy respires profundamente y sepas esto: no has caminado sola ni un solo día. Aun cuando pensaste que nadie te comprendía, Yo estaba ahí, mirándote con ternura. Aun cuando sentías que no tenías fuerzas, Yo era quien sostenía tus pasos sin que te dieras cuenta. Yo no soy un Dios lejano que observa desde la distancia. Soy quien se sienta a tu lado en la cocina cuando suspiras, quien acaricia tu corazón cuando sientes que se rompe, quien te envuelve en silencio cuando las palabras ya no alcanzan. La tormenta no define tu historia. La tormenta es solo una parte del camino… y Yo soy tu ancla en medio de ella. Así como un árbol fuerte permanece firme cuando sopla el viento porque sus raíces son profundas, así quiero que tu corazón se aferre a Mí. Hoy vengo a recordarte que, aunque los vientos rugen, aunque las olas golpean, aunque la oscuridad dure más de lo esperado… mi presencia nunca se apaga. “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti” (Isaías 43:2).